sábado, 19 de diciembre de 2009

Que grande Joaquinito!!


"Yo aposté por las fichas caidas de tu dominó."




"Maldito mayo de París"

lunes, 26 de octubre de 2009

Elisa y las palabras

Elisa tenía un costurero lleno de palabras, palabras difíciles, fáciles, largas, cortas, extrañas, cotidianas, nuevas, antiguas, palabras robadas y algunas inventadas.
Ella ha pasado toda su vida recogiéndolas de cualquier parte, porque siendo muy pequeña se dio cuenta que apenas nadie les daba importancia, una importancia que a ella le parecía tan obvia y aplastante que no dejaba de sorprenderla que fuesen olvidadas o dichas por decir.
Una mañana en el cole escuchó a una profesora una palabras desconocida, "caleidoscopio", aquella palabra la asombró, pero la profesora siguió hablando y en unos segundos solo ella recordaba aquella palabra, con la boca abierta de asombro cogió la palabra y se la guardó en el bolsillo de su mochila. Aquel pequeño gesto se convirtió en algo cotidiano, no había día que no volviese a casa con los bolsillos llenos de palabras, ya en casa las guardaba en mil escondites, debajo de su almohada, en el fondo de los cajones de su armario, en las cajas de los zapatos. Elisa continuó con su excéntrica costumbre hasta que un buen día su madre la descubrió, al abrir la lavadora se escapó una catarata de adjetivos, en la bolsa del pan descubrió un nido de nombres propios desconcertada se puso a buscar...
Cuando Elisa regresó del colegio se encontró todas sus palabras en el salón en un gran montón y a su madre muy seria con los brazos en jarras _"No puedes llenarme toda la casa de trastos, cualquier día nos tenemos que salir nosotras fuera porque no cabemos nosotras."_
Elisa se quedó muy triste, iba a tener que deshacerse de sus palabras, y no solo eso, sino que su madre tampoco entendía su desmesurada preocupación por darle importancia a lo que todos desdeñaban.
_¿A qué esperas? empieza a tirarlas._ Se escuchó desde el fondo de la casa.
Elisa cogió entonces una bolsa de basura y fue metiendo las palabras una a una, con una enorme nostalgia y las lagrimas asomando a sus ojos, disfrutando de los recuerdos de cada una de ellas, como hacemos normalmente en las mudanzas, tardó toda un vida en deshacerse de ellas porque no fue capaz de tirarlas, regaló muchas, otras las dejó escondidas en museos, aeropuertos, jardines, casas de amigos y familiares... otras muchas las utilizó escribiendo relatos, de mayor se hizo escritora en su desesperado intento de no tirar ni una sola de ellas, y la tarea le llevó toda una vida, porque mientras les buscaba sitio, no podía evitar recoger algunas otras.
Elisa escribió innumerables relatos, regaló historias y palabras, contó mil cuentos y habló y habló dándole a cada palabra su justo peso.
El día que Elisa se jubiló ya solo le quedaban una docena de palabras de las que no había logrado deshacerse, palabras hermosas e importantes, palabras que le evocaban demasiado como para separarse de ellas.
Elisa las guardó en su costurero con la intención de bordarlas en un tapiz para su casa, pero se le estropeó la vista y las palabras se le enredaron en los hilos. Elisa apenas ya ve, pero aun puede leerlas cuando mete sus manos en la pequeña canasta y pasea sus dedos por el lío que hay allí formado.
A veces Elisa tiene la impresión de que con los años han cobrado vida, porque cada vez que las lee con las puntas de sus dedos ella juraría que han cambiado de sitio y que ellas solas son las que ahora bailan entre los hilos creando nuevas historias, aunque sus hijas lo que dicen es que Elisa esta cada día un poco más loca, parece que no logró enseñarles lo importantes que son las palabras...

miércoles, 21 de octubre de 2009

Alberta no recuerda

Alberta ya no recuerda cuanto hace que se rompió su mundo, pero como no lo recuerda no le importa.
Alberta vive en una estación de tren abandonada, la vida quemó todos sus sueños y un buen día acabó con la mirada perdida andando sin dirección bajo la lluvia por aquella gris ciudad que ya no era suya ni tenía historia.
Alberta tampoco recuerda cuanto hace que vive allí, entre el polvo del abandono y los cristales rotos del relój que un día colgó de la pared del anden número dos.
Alberta despierta y se arregla, sin prisa, con una delicadeza que choca con el pedazo de espejo que usa y el destrozado despacho polvoriento donde duerme, parece que despeina aun más su larga y enmarañada cabellera, pinta sus labios con carmín rojo y se pone su larga bufanda azul y se coloca el viejo sombrero de paño amarillo que hace tiempo decoró con flores y sale a la calle a respirar. Le gusta el aire gélido de las mañanas de enero y la luz que se cuela entre las particulas de polvo que flotan en la estación. Ella se sienta a esperar que llegue el tren con su enorme sonrisa y los ojos muy abiertos llenos de vida y se queda esperando con su sombrero amarillo y su bufanda azul, a veces mira hacía el viejo relój que el tiempo rompió, como si mirase la hora calculando el tiempo que falta para su tren, luego pasan los niños con sus mochilas en dirección a la escuela, hay días que la insultan, a veces le tiran piedras, y Alberta sonrie.
El tiempo pasa y Alberta respira y Alberta sonrie y Alberta mira el relój...
Luego la señora Ana, que la conoce de toda la vida, llega a la estación y saluda  a Alberta. Alberta no la reconoce y la señora Ana, que estudió con ella en la escuela de las monjas, como cada dia se presenta, le dice que son vecinas, habla un rato con ella y Alberta le cuenta que parece que el tren tarda, lo espera para volver al pueblo, solo unos dias, quiere visitar a sus padres, hace una semana la avisaron de que el tio Antonio estaba enfermo, luego volverá, no puede dejar mucho tiempo el trabajo y a los niños. Ana con lágrimas en los ojos se despide y le entrega una fiambrera con comida, para el camino, y le desea suerte cuando se levanta y salud para el tio Antonio y se va.
El tiempo pasa y Alberta respira y Alberta sonrie y Alberta mira el relój...
Cuando oscurece Alberta no entiende porque el tren no llegó, y se levanta a buscar al encargado, y a estación esta vacia, solo ella y los gatos, se desconcierta entonces y sin enteder bien la razón llora desconsolada, luego se le pasa, regresa a la vieja oficina abandonada y se echa en el polvoriento sofá que hay al fondo, y se tapa con la roida manta gris que tiene alli guardada, cierra los ojos y el tiempo pasa y Alberta respira y en sueños Alberta sonrie y en sueños Alberta mira el relój...